El día que el arte fundió en un abrazo a víctima y victimarios del conflicto armado
Sentado en una hamaca decidí hacer pública una experiencia que marcó mi vida en la academia. Echando globos mientras miraba por la ventana, concluí que sería egoísta continuar guardándome dicha vivencia.
Confieso que hoy, tres años después, recuerdo poco de todo el engranaje teórico que encarnaba la materia “Convivencia y reconstrucción del tejido social” de la maestría que cursé hace unos años, sin embargo, tengo memorias vívidas de aquella clase en la cual no abrimos cuadernos ni vimos diapositivas.
Para esa fecha, el proceso de paz entre las FARC y el Estado colombiano se estaba materializando. El país se encontraba polarizado entre quienes pedían suspender las negociaciones y quienes clamaban por el éxito de los diálogos.
A aquella clase llegaron dos guerrilleros de las FARC que estaban en el proceso de desmovilización. Se trataba de un hombre y una mujer. Los futuros exguerrilleros nos mostraron sus cualidades artísticas a través de las cuales manifestaban una percepción del conflicto armado basada en sus propias experiencias. El hombre cantaba y la mujer pintaba. Me pareció esperanzador, pero el momento que cambiaría muchos de mis paradigmas se dio al final de la clase.
Un joven que parecía un estudiante más, levantó la mano para dar sus apreciaciones finales antes de cerrar el día. A riesgo de equivocarme por el pasar de los años, intentaré reproducir sus palabras. Si el protagonista alguna vez lee mi historia, le pido me disculpe por las inexactitudes y generalidades en las que pueda incurrir:
“Buenas noches. Mi nombre es Jaime* y estoy como invitado en esta clase. Fui víctima del conflicto armado. Mi pueblo fue protagonista de una masacre perpetuada por las FARC. Muy pequeño tuve que ver cómo asesinaron a varios coterráneos de manera indiscriminada. Tuvimos que salir de nuestra casa, desplazados por la violencia”. Tras pronunciar estas palabras, Jaime se dirigió a los farianos:
“Les confieso que, cuando ustedes entraron al salón y se presentaron como guerrilleros de las FARC, no fui capaz de mirarlos a la cara. Sentí dolor y recordé aquellos momentos. Sin embargo, cuando usted empezó a cantar y usted a mostrarnos sus pinturas, pude verlos a la cara. Yo llevo a cabo obras de teatro y una de ellas representa aquella masacre. Esto me recordó como, más allá de nuestras diferencias, el arte nos une. Ahora, quiero pedirles un favor, ¿puedo darles un abrazo?”.
En aquella clase de tres horas se rompieron muchas barreras y paradigmas. Al final, víctima y representantes de los victimarios se fundieron en un abrazo fraternal adornados con las lágrimas de muchos de los presentes y una orquesta de aplausos. El arte fungió como catalizador de la reconciliación y la clase como experiencia de vida para un estudiante que, a partir de ese momento, tras un conflicto siempre se cuestiona “y si ellos pudieron perdonar, ¿por qué no yo?”.
*Jaime no es el nombre real del artista protagonista de esta historia.
Autor: Julián David Rojas Bolaños